El activismo militante en Bolivia: de las calles a las redes


La protesta parece una característica de Bolivia cuando se revisan los portales informativos de los medios de comunicación. La juventud boliviana se ha apropiado de esas formas movilizadoras, pero le ha sumado nuevos estilos y causas.

Ironía, sarcasmo y desobediencia se combinan para crear los mejores grafitis, memes y gritos de marcha. Las y los jóvenes han encontrado en el activismo lo que los partidos políticos no les permiten: protagonismo con voz propia.

No quiere decir que no haya jóvenes que se acerquen a las estructuras de los partidos tradicionales, sino que cuando lo hacen ocupan roles menos visibles o terminan siendo carne de cañón para las fuerzas represoras del Estado.

Aun así, esas formas de tomar las calles se han convertido en los símbolos de la juventud boliviana. 

Gritar desde las paredes: el grafiti feminista boliviano

El grito “¡Aquí están, estos son la justicia criminal!” retumba por las calles del centro de La Paz la víspera del 8M. Los rostros de 240 feminicidas, violadores y jueces corruptos de Bolivia se exhiben en una marcha de miles de mujeres, muchas de ellas jóvenes, que inflaban sus pulmones para gritarle al Estado que las están matando.

En Bolivia, las movilizaciones feministas no son de pañuelos en multitudinarias mareas verdes. Tampoco de coreografías virales. Aquí, el feminismo ocupa las calles a ritmo de petardos y el susurrante soplido que exhalan letra por letra las latas de spray.

“Somos las que faltan porque han sido asesinadas”, escribió María Galindo, el rostro de Mujeres Creando, en uno de los muros por los que el 31 de enero pasan obreras, madres, dirigentas, hijas, mujeres conmovidas, mujeres molestas…

Ambas movilizaciones –la del 31 de enero y la previa al 8 de marzo– han convocado a miles de mujeres en al menos siete ciudades de Bolivia en 2022. Todas por un mismo fin: justicia.

Entre enero de 2020 y marzo de 2022, el sistema judicial boliviano emitió sentencias en apenas el 35% de los 238 feminicidios que llegaron a los tribunales. Activistas afirman que un gran porcentaje ni siquiera es investigado penalmente.

Pero no fueron las crecientes cifras de asesinatos a mujeres lo que más indignó a la sociedad boliviana el 2022, sino el que se destape cómo un feminicida sentenciado a 30 años de cárcel sin indulto por asesinar a una joven en 2013, había sido beneficiado con una laxa detención domiciliaria gracias a unos truculentos movimientos legales.

Mientras estaba fuera de la cárcel asesinó a otras dos jóvenes y contactó a 77 mujeres que fueron víctimas de violación, abuso y otros delitos.

Un consorcio de abogados y jueces había confabulado –dijo el Gobierno– para liberar a feminicidas como Richard Choque Flores, caso por el que se movilizaron las bolivianas en enero pasado.

Arte contra el machismo

Fabiana Poppe y Natalia Zeballos son dos jóvenes integrantes de Mujeres Creando, el colectivo feminista más conocido en Bolivia. Ellas participaron de las marchas del 31 de enero y el 8 de marzo, pero más que protesta –para ellas– la lucha de las mujeres es arte.

Ambas se sumaron al activismo a través de pasantías en el servicio de “Mujeres en busca de Justicia”.

Antes de ser parte de este grupo solo habían escuchado a María Galindo cuando irrumpió en un certamen de belleza o cuando acorralaba a sus entrevistados en Radio Deseo, la emisora de Mujeres Creando.

Se inspiraron en la irreverencia y decidieron sumarse. 

No son las únicas.

Cada vez más jóvenes se han unido a las revueltas feministas hasta transformarlas.

“Nosotras vemos que sí, que (las jóvenes feministas) estamos ganando espacio”, dice Natalia sobre la presencia de las feministas en el escenario boliviano.

Sobre sus símbolos afirma que no están “muy de acuerdo con el uso de los pañuelos y eso porque no han sido de nuestro contexto, pero sí hay cosas que han nacido en nuestro contexto: los grafitis, por ejemplo”.

Si bien durante tres décadas los grafitis feministas han llevado el sello de Mujeres Creando, todos los colectivos se han apropiado de esta práctica como parte de su identidad.

“No se puede descolonizar sin despatriarcalizar”. 

“Ni la tierra ni las mujeres somos territorios de conquista”.

Irónicos y contestarios. Los grafitis revolucionan desde los espacios más rígidos del entorno: las esculturas y paredes.

Pero, ¿son las causas juveniles, en este caso feministas, escuchadas?

“Muchos nos escuchan porque los, las y les jóvenes no solo queremos feminismo. También hay luchas ambientalistas, luchas veganas, luchas también en un contexto político (…) Pese a eso, la cultura patriarcal en la que vivimos que es bien adultocentrista ¿no ve? Así que agarra las luchas juveniles cuando le conviene”, responde Fabiana.

La crisis político-social de Bolivia en 2019 es evidencia de esto. Muchas y muchos jóvenes han protagonizado marchas y protestas en contra del expresidente Evo Morales avivando el “quién se rinde, nadie se rinde” y reivindicando las “pititas” como símbolos; de la misma manera, se levantaron en rechazo a la expresidenta Jeanine Áñez.

Han salido a las calles, pero sus causas no eran propias. 

“Eran las causas de los grandes dinosaurios que tenemos en el país. Entonces, yo creo que tenemos que darle más visión a las causas jóvenes, pero que nacen en los jóvenes no que nacen de gente mayor para las que los jóvenes son la carne de cañón”, afirma.

Para ellas, la juventud boliviana es tomada en cuenta como instrumento movilizador para asumir o derrocar el poder de turno.

Para romper con ese círculo, las dos intentan difundir las necesidades y propuestas de los jóvenes a través de un programa radial y, por supuesto, las redes sociales.

Los memes son, por naturaleza, una representación de la cultura popular, y los feministas tienen su espacio en las redes sociales.

“Los memes cada vez son más creativos, llegan a más gente, más allá de nuestro alcance (…) Llegan a mucha gente también los videos en TikTok, eso muestra la creatividad de nuestros instrumentos (de lucha) por medio de las redes sociales”, complementa Natalia.

Todos estos mensajes han convocado a más bolivianas y bolivianos que no necesariamente son feministas, pero que buscan que cese la violencia de género.

La lucha es cada vez menos activista y cada vez más popular y no porque las teorías feministas ganen terreno, sino porque el problema es estructural y toca a todas las familias.

No es una suposición. En un país donde en promedio se mata a una mujer cada tres días, los videos, ediciones y memes de Mujeres Creando y las populares intervenciones de María Galindo a instituciones estatales donde increpa a funcionarios/as y expone sus malas prácticas o, peor aún, delitos, se sienten como una reivindicación frente a la indiferencia del Estado que es compartida por militantes y detractores.

Ejemplo de ello es una de sus transmisiones más vistas –la visita al Instituto de Investigaciones Forenses con una víctima de violación– que tiene cerca de 650 mil reproducciones solo en Facebook. 

El impacto de esas entrevistas transmitidas en vivo por radio y redes sociales es tan grande que se han hecho parte de la cultura popular boliviana. En mayo de este año, un grupo de cumbia llamado Los Brothers lanzó una canción basada en estos radiodocumentales de Galindo.

“No se olvide mi señora, por quien tiene que luchar.

Cuando rezan a María a todos ella escucha.

Como así el pueblo es bueno, también busca la verdad.

No se metan con el monstruo que la pueden aplastar.

Galindo, qué lindo, a Los Brothers pone ritmo…”

Así dice parte de la pegadiza canción cuyo video muestra a María Galindo bailando.

Todo ese impacto se ha amplificado gracias a la creatividad de las jóvenes de Mujeres Creando que han difundido ediciones en un lenguaje atractivo y divertido.

“Es lindo ver a compas que están reproduciendo o expandiendo más su creatividad, porque parte de nuestro símbolo es la creatividad. Ese es nuestro símbolo de resistencia”, acota Natalia.  

Y en Bolivia lo es desde hace más de cien años. Feminiflor, la primera revista feminista de Bolivia (1921-1923) ya usaba la ironía para cuestionar los roles de género de la sociedad que en ese entonces ni siquiera les permitía votar.

El concurso de “El hombre más feo de Oruro” fue una de las populares campañas que lanzaron las tres jóvenes que se hacían cargo de ese impreso: Laura Graciela de La Rosa Tórres, Betshabé Salmón Fariñas y Nelly López Rosse.

A lo largo de los años, el feminismo boliviano ha propuesto nuevas formas de entender y narrar la realidad. Esa creatividad es la que ha unificado a las jóvenes. 

“Siempre he querido estar en algún lugar, en algún movimiento que tenga una lucha bien planteada. En Mujeres Creando me he enamorado de la lucha”, dice Fabiana, Fabi para sus compañeras.

“Nos motiva más seguir apoyando la lucha que es más una revuelta, es un quilombo feminista”, afirma Natalia.

Fabiana, feminista y ambientalista de 24 años de edad, y Natalia, feminista antiseñorita e insubordinada de 23, son parte de las nuevas generaciones del feminismo en Bolivia. Les tocará ver el nacimiento de sus sucesoras.

Jóvenes ambientalistas en Bolivia: fuego contra fuego

Las llamas se avivaron durante meses y devoraron, a su paso, miles de especies de animales silvestres por los incendios en el seno de las áreas protegidas. Jaguares, pecaríes, osos hormigueros… corrieron desesperadamente, pero no fue suficiente: casi seis millones de mamíferos murieron en 2019 por las quemas en Bolivia.

La pérdida equivale a la desaparición de toda la población boliviana de los 80’. Una versión quizás más cruel a la del chasquido de Tanos.

Yessenia Gonzalez, de 26 años, ya era activista ambiental y vegana cuando en septiembre de 2019 cientos de jóvenes marcharon por las calles de La Paz para exigirle al gobierno boliviano que derogue los decretos supremos que ampliaban la frontera agrícola.

Esas normas fueron señaladas como la causa del aumento de incendios que pusieron a Bolivia en las primeras planas de los medios internacionales: se estaba quemando la Chiquitanía, el hogar de 554 especies de animales y más de 55 plantas endémicas, considerada la zona de bosques tropicales más grande del mundo.

“Ni soya ni coca, Bolivia no se toca” fue uno de los gritos que más se escucharon el 27 de septiembre de 2019. Los bosques ya llevaban un mes ardiendo.

Yessenia estaba ahí.

Lleva el título de activista ambiental desde 2017, aunque todas sus memorias desde la infancia están impregnadas por su preocupación por los animales.

“Me dedico al activismo de manera independiente, pero también de manera colectiva. Actualmente estoy en el colectivo de la Paz Vegan y también coordino con colectivos a nivel nacional (…) e incluso a nivel internacional”, comenta Yessenia, quien colabora con activistas de Brasil, Colombia y Ecuador.

Y es que “la lucha ambiental y animal es mundial”.

Activismo bajo ataque

Las y los activistas de esas movilizaciones fueron descalificados por el expresidente Evo Morales, quien promulgó los incendiarios decretos que ponían en riesgo las áreas protegidas del país.

Yessenia no fue la excepción.

“No sabes con quién te estás metiendo”, decía uno de los mensajes que recibió tras las movilizaciones.

“Me sentía amenazada, pero todo esto no me ha parado”, dice al apuntar a ganaderos como los autores de esas advertencias.

Su lucha continuó… al igual que la vigencia de los decretos.

Un año después y presionada por las protestas la expresidenta Jeanine Áñez derogó el criticado Decreto Supremo N° 3973 de julio de 2019.

Pero también emitió otro decreto en el que avaló el desmonte en los departamentos de Santa Cruz y Beni –los más afectados por los incendios– según los planes de uso de suelo autorizados por la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Bosques y Tierra (ABT), una instancia gubernamental.

Organizaciones involucradas en la defensa del medioambiente consideraron que lejos de evitar las quemas, Áñez las flexibilizó. 

“Toda la afectación actual va a dañar a las futuras generaciones”, reflexiona Yessenia que se levanta a diario preguntándose qué más puede hacer.

Quedarse en casa le molesta, entonces se alista y va a plantar arbolitos o a enseñar cómo cultivar huertos entre los bocinazos y el humo de las ciudades.

Como ella, cientos de jóvenes en-arbolan las causas medioambientales en Bolivia.

“Yo he visto un cambio bien interesante por el lado de la juventud. En los últimos años, de aquí a unos 10 o, incluso, 20 años atrás, no había tantos movimientos (juveniles)”.

-¿Por qué?

“Porque evidentemente en nuestras generaciones (…) es muy importante entrar al lado del activismo y entrar al tema de educación ambiental”.

-¿Y hay apoyo desde las instancias de poder?

“Evidentemente hay muy poco. O sea, generalmente son colectivos, independientes, autogestionados, voluntarias y voluntarios. Esto de alguna manera es muy positivo porque hace que más personas jóvenes se introduzcan, pero también es negativo porque lamentablemente no es sostenible”.

Para ella, los incendios obligaron a esa juventud a salir a las calles porque era “un ecocidio evidente. No nos podíamos callar”.

Entre 2019 y 2021 se estima que Bolivia perdió más de 13 millones de hectáreas en las quemas, la mayor parte en áreas protegidas.

La Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN) ha confirmado esos datos apuntando que solo en 2019 se han afectado 5,7 millones de hectáreas, más de 4 millones en 2020 y más de 3,4 millones en 2021.

Es como si en tres años se incendiara dos veces la extensión de todo el territorio de Panamá.

“Bolivia está de luto, la tierra se quema”, decía uno de los carteles de las movilizaciones en 2019 ¿o 2020? ¿o 2021? No importa, el desastre y el reclamo se repiten año tras año, en un bucle que nadie en el poder parece tener la intención de frenar.

Los colores de la diversidad

“¡¿Esto es arte? ¿Esto es arte?!”, grita una mujer en los ambientes del museo El Altillo Beni, en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, al este de Bolivia.

El ruido es fuerte porque este espacio que generalmente acoge silenciosas muestras de arte, ha recibido a un grupo de personas que se opone a una exposición del colectivo LGBTIQ+.

Un escudo boliviano, adornado por franjas de colores en lugar del rojo, amarillo y verde tradicional, aparece destruido. 

“Estado plurisexual de Bolivia” era –es– el título de este cuadro elaborado por Christian Eguez, activista LGBTIQ+ en Bolivia.

Sus fragmentos se parecen al de un espejo roto que, incluso fuera del marco, sigue reflejando la realidad: una Bolivia diversa que existe a pedazos.

Tras la intervención. Ese cuadro se convirtió en suvenir físico y virtual.

Mientras muchas personas decidieron usar esa imagen como foto de perfil, otras lo compraron en forma de polera en señal de apoyo a la población LGBTIQ+.

Sin quererlo, el grupo de personas que atacó la muestra, en realidad la popularizó.

Revolución Orgullo, como se llamó la exposición, atrajo al doble de personas que cualquier otra recibe en ese mismo recinto cultural.

Los detractores cuestionaron el cuadro afirmando que es una ofensa al escudo nacional boliviano.

¿Por qué cambiar un escudo si ya tienen sus banderas? Se ha discutido, con insultos de por medio.

“(Los símbolos) están cobrando una importancia en los movimientos de la diversidad sexual, porque necesitan algo donde simbolizar las causas por las que luchan”, comenta Christian.

Desde su reflexión, “la bandera de las diversidades sexuales, esa de seis y siete barras de colores, ya no es más (el símbolo de la juventud boliviana LGBTIQ+). Ahora hay otra que tiene una visión plural, interseccional y esa es la que los y las jóvenes están reivindicando”.

Los movimientos juveniles bolivianos han adaptado estos símbolos internacionales a su contexto, su cosmovisión y sus palabras.

De ahí el surgimiento de algunos grupos como el Movimiento Maricas Bolivia que busca su reconocimiento como parte de una nación marica indígena en el país.

Términos como “qewa” o “q’iwa” –palabra quechua que para algunos no tiene una traducción exacta al castellano y sería más bien un “tercer género”, pero que tradicionalmente se conceptualiza como gay, afeminado o amanerado, muchas veces de forma despectiva– son asumidos y resignificados como parte de la identidad boliviana de estos colectivos que buscan ser representados en el escenario público.

“Esa metamorfosis que han sufrido los símbolos evidencia una visión pluralista, interseccional, que viene de los, las, les jóvenes”, afirma Christian.

En la forma, son nuevos colores y banderas; en el fondo, se trata de una nueva visión de Bolivia.

-¿Cómo es la Bolivia ideal?

“La Bolivia ideal es la que vamos construyendo de forma constante. Los activismos son cada vez más minuciosos en sus luchas y cada vez vamos por más. Ayer, la lucha era por el matrimonio igualitario y la despenalización del aborto. Ahora hay más causas, sin la necesidad de crear grandes aparatajes ideológicos para representar al país, una Bolivia ideal, una Bolivia plural, para todas, todos, todes”, explica.

Pero ese país aún está lejos. Las cifras muestran que en los últimos diez años se denunciaron más de 80 crímenes de odio contra la comunidad LGBTIQ+, de los que solo en dos se ha sentenciado a los agresores.

A eso se suma el estimado de que nueve de cada diez víctimas no denuncian estos ataques. El miedo a la discriminación, la retardación de justicia y la revictimización callan estos casos antes de que lleguen a una instancia judicial.

Aun así, una Bolivia diversa es posible para Christian.

“No es suficiente con ser joven, pero por supuesto que es alcanzable (un país sin discriminación). Por supuesto que sí, yo no tengo una mirada pesimista de las luchas sociales”, complementa.

El camino es largo, pero la comunidad LGBTIQ+ avanza con orgullo a una construcción simbólica, pero -sobre todo- estructural de su movimiento.

De El Alto a lo más bajo del poder

Una solemne marcha enluta las calles que conectan El Alto con La Paz. Entre la multitud sobresalen algunos ataúdes que se abren paso para llegar al centro paceño, el núcleo del poder político de Bolivia. El 19 de noviembre de 2020 una represión militar y policial acabó con la vida de diez personas; dos días después, sus familias marchan por justicia.

“¡No somos masistas, tampoco terroristas. Somos de El Alto, y El Alto se respeta!” gritaba la movilización en su recorrido. No llegaron a su destino. Los dolientes fueron gasificados y la comitiva se dispersó.

Desde fuera, El Alto es definido como insurgente, pero adentro, las heridas de sus protestas han marcado a sus familias y las nuevas generaciones parecen despojarse de esa identidad.

“Tenemos que romper el mito del alteño, alteña rebelde. Hay que romper ese mito. No somos ciudadanos rebeldes que vamos a estar toda la vida luchando o muriendo o yendo a bloqueos. No”, dice Reyna Maribel Suñagua, más conocida como Quya Reyna.

Joven, escritora, alteña. Quya Reyna es parte del grupo idealista katarista Jichha. 

Su voz étnico nacionalista incomodó al conservadurismo de la oriental ciudad de Santa Cruz al afirmar que “la Santa Cruz colla, morena e india va a desplazar a la élite cruceña”, durante la promoción de su libro de crónicas “Los hijos de Goni”.

Los ataques que recibió usaron términos racistas que estigmatizan a la población alteña: salvajes, resentidos.

“También hay que romper con la segunda identidad que se le ha dado de ciudad salvaje, de ignorantes, terroristas. Hay que romper con eso y ocuparnos más bien de nuestra ciudad. Yo pienso que ya el discurso del racismo y de los 500 años… (de colonización) y todo eso, ya es también un discurso que tiene que morir”, asevera.

El Alto ya no es la misma ciudad que se movilizó en la Guerra del Gas en 2003, cuando el presidente de ese entonces, Gonzalo Sánchez de Lozada, huyó del país obligado por la presión de los alteños que lamentaron 67 muertes en manos de militares.

En la crisis de 2019, las movilizaciones alteñas fueron menores considerando sus protestas del pasado. Esta vez solo salieron las zonas más empobrecidas, considera Quya.

“El 2019 fue diferente porque ya muchas zonas en la ciudad de El Alto no quisieron marchar ni salir a bloquear (…) los que se movilizaron más fuerte eran los lugares más precarios (…) Los movimientos sociales de El Alto se organizan porque tienen necesidades que cubrir”, sostiene.

Senkata tiene serias deficiencias de acceso a alcantarillado, salud y educación, además de justicia. A la fecha, el proceso por las muertes de civiles en esa zona están paralizados en engorrosos trámites.

Ocho personas, entre militares y policías, están tras las rejas todavía (agosto de 2022) a la espera de una acusación formal. La expresidenta Áñez no figura como sindicada y se espera un pronunciamiento del Tribunal Constitucional Plurinacional que defina si su gobierno fue en sucesión constitucional o no.

Mientras los altos mandos del gobierno de Luis Arce utilizan a las víctimas de Senkata y Sacaba (esta última en Cochabamba) para criticar a la exmandataria, las familias alteñas continúan en interminables visitas a la Fiscalía en busca de que la investigación identifique a los autores de la masacre.

Resignificar el ser alteño

“Se agradece todas las luchas que han tenido nuestros padres, abuelos, pero ahora la lucha es ya –pienso– de los jóvenes”, afirma Quya que define a la “racialización” como la base de su pensamiento.

Sin embargo, reconoce la escritora, los jóvenes no tienen una nueva propuesta de país consolidada y sus activismos se han desplegado fuera de los espacios de toma de decisión en el Estado.

La juventud boliviana está desarrollando una fuerte presencia en los activismos ambientalistas, feministas y de otros movimientos, pero no dentro de los partidos políticos.

Actualmente, los jóvenes representan solo el 8,4% (32 legisladores) de la Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia, según datos de la Coordinadora de la Mujer.

El porcentaje de parlamentarios más jóvenes fue del 9,7% en 2009.

Sin embargo, ese porcentaje no implica que esos parlamentarios canalicen las demandas juveniles. 

“En los partidos, los jóvenes están para ir a pintar las calles. Es una búsqueda bien desesperada de poder ser aceptados en el espacio político: ser el banquillo donde se tienen que parar los políticos para visibilizarse”, reflexiona Quya.

Pese a eso, los liderazgos se están fortaleciendo. Sin importar que los movimientos sean una suerte de “outsiders” del Estado, las y los jóvenes están tomando protagonismo con sus discursos y medios, a su manera, pero también con símbolos anteriores, como la wiphala. 

En el caso de los alteños, algo que los identifica y moviliza a distintas generaciones es la wiphala, esta bandera ajedrezada de vivos colores, cuyo origen tiene a algunos historiadores en disputa.

Su futuro, al contrario, parece claro como símbolo de las movilizaciones de jóvenes que buscan el reconocimiento de su existencia sin discriminación.