Sin baile no hay revolución

Esa juventud que pone de su coraje y su cuerpo para transgredir la heteronormatividad es protagonista de esta historia. Bailan para hackear los estereotipos de ese supuesto orden establecido en un país tradicionalmente conservador.

En Colombia, para contener la defensa de derechos humanos, se han cometido crímenes de Estado. A las más recientes movilizaciones sociales que duraron casi el cuatrienio de un gobierno se sumó con brío una generación que resiste desde el discurso: nos quitaron tanto que nos quitaron el miedo y lo demuestra poniendo el cuerpo. Con el baile fue como jóvenes buscaron mitigar la represión de la fuerza pública. Ese es su acto político: ante las armas, piel.

Esa generación de activismo escénico enseñó cómo oponerse a un estado de cosas. Durante largas jornadas de arengas y gritos de rechazo, la incursión de sus cuerpos disidentes entre cientos de personas lució como el camino entre el agua por el que caminó un pueblo: la posibilidad de otra tierra, sin espantos, para todxs. El maquillaje, el vestuario, las siluetas y la vivacidad en sus rostros demuestran el poder de la expresión pacífica en un país que está acostumbrado al enfrentamiento feroz. 

Aquí presentamos tres biografías de algunxs de ellxs que, desde el drag, el voguing y la fiesta, encuentran sentido para reivindicar agendas íntimas. Myth Drag Queen, Sol Tornasol y Laika Tamara hablan sobre cómo hacen lo que hacen, en qué circunstancias y con qué carácter cuentan para sobreponerse a un contexto que, silenciosamente, es represivo y censor.

Myth Drag Queen, obra en construcción

Cuando era pequeño tendía a ser muy solitario. No le gustaba ensuciarse. Ni socializar. Creció en los años 90. En medio de la violencia de Pablo Escobar y de los grupos armados barriales de Medellín, Colombia.

Ese estado de vulnerabilidad tan constante es el que ahora me hace sentir como un sobreviviente. 

Soportó una gradación de bullying. Primero por “pobre”, luego por “negro”, luego por “flaco” y luego por “amanerado”. Todas las críticas que absorbió como esponja, dice que supo escurrir para convertirlas en virtudes a su favor. 

La calificación de ser “negro” me llevó a conocer el avance progresivo del racismo en en el país. Llegué a las raíces afro de mi familia en Turbo, en el Urabá antioqueño. La calificación de ser “amanerado” me llevó al estudio sobre las expresiones de género y así, con cada una, hasta poder abrazar lo que soy.

A la calificación de “pobre” respondió, en sus palabras, con valentía. Se graduó de una universidad que él mismo financió. A la calificación de “amanerado” y “escuálido” contestó con su cuerpo y talento para dar vida a Myth Drag Queen, personaje que nació en su casa, creció en Haus of Queens y hoy brilla en la amplia bóveda de la noche del travestismo o cross-dressing de la ciudad. 

Primero la calma, después el espectáculo

En algunos casos la familia no acepta de plano la diversidad y hay que dejarla a un lado. 

En el suyo, fue su padre. Sin dar pie a discusiones, este simplemente se apartó del núcleo familiar. Pero su madre, en cambio, siempre celebraba lo que veía. Desde las presentaciones en el colegio hasta las del grupo institucional de teatro de la universidad. 

A pesar de no estudiar, mi mamá sí tuvo mucho entendimiento de sobra para comprender que soy una persona que se dedica al arte. Y con ella he encontrado el mayor apoyo en cuanto a las palabras, la presencia y la motivación para crear cosas desde la capacidad de quererme.

Llegar a un estado de convencimiento de que es capaz de hazañas, en sus palabras, se lo agradece a su mamá.

Me convenció de que podía llegar a lugares que yo no había considerado. 

El apoyo de la familia puede ser muy necesario, pero en caso de que no haya, dice, la clave está en dejar de depender de su aceptación por difícil que parezca.

Se considera una experiencia en construcción. Asegura que está en eterno proceso, no solo porque siente que no ha finalizado con la intencionalidad que tiene con Myth Drag Queen; también porque en el ejercicio de encarnarla ha encontrado una fuente fecunda de creación.

Por un lado es el disfrute pero, por otro, es un ejercicio de ser un canal comunicativo entre personas y procesos. No podría definirme como una sola cosa, a menos de que se trate de decir que soy diverso. Decir que Myth es algo, sería limitarlo, como escribió Oscar Wilde. 

En semana es representante legal de la empresa de su mamá en la que han trabajado juntos durante los últimos seis años. Se ocupan de la contratación de personal de aseo para obras de construcción. 

Yo soy el encargado de la papelería, de las facturas, en fin, de todo lo relacionado a la documentación de la parte legal de la empresa. 

Los fines de semana primero la calma y después el espectáculo. El cuerpo requiere de un estado de relajación tal, antes de hacer performances, que con el tiempo debió aprender a descansar. 

El drag es muy exigente en el estado físico, también en la tranquilidad mental, al menos en mi caso. Requiere de soltura y tener frescos los pensamientos y entender que saber qué decir en el escenario, también tiene que ver con cómo actuar.

No hace mucho terminó temporada en Acción Impro, un teatro al sur de Medellín, con la obra Drag Varieté Halloween con Tasha West y Laika Viryin. Fueron tres funciones por cada semana para las que ya sabía que la preparación, además de ensayo, exige no hacer nada. 

Después de descansar me maquillo en mi casa, salgo preparado, al menos con el rostro y, cuando llego al camerino del teatro, me cambio y ensayamos antes del show. 

Luego de la función sale para el Club Oráculo, al que entra cada noche a las 11:30 hasta las 3 de la madrugada. Myth es host del karaoke. 

Esa parte me encanta. Y es que es muy emocionante hacer drag. Es estimulante retarme con temáticas, con categorías, con fechas especiales y sobre todo con discursos. 

Las funciones no son solo sobre tablas. En otras discotecas es famosa por aparecer con trajes, entre otros, de Britney Spears y parecerse a ella. Cualquier personaje que viste de su carne es auténtico. 

Debo estar en pie casi toda la noche. Sin relajarme antes es imposible lograrlo. Pero cuando mi trabajo se termina, voy al centro de Medellín, a un lugar donde rematamos muchas personas diversas. Y ese es nuestro momento a solas.

Read the room

El vestuario y como actuamos es un acto político. Y llevarlo a la escena de la calle, lo es aún más.

En las pasadas movilizaciones sociales de 2021 en Colombia, Myth marchó y le sorprendió el buen recibimiento de quienes protestaban. Le abrieron paso y recuerda que fue como un desfile de reinas.

Compartir con la primera línea —un grupo de personas que enfrentan a la fuerza pública en manifestaciones para proteger a los manifestantes—, caminar y gritar al unísono, tomarnos el espacio público… Fue espectacular. Eso fue dar con personas que realmente comprenden y respetan las diferencias.

Pero cuando no está en una protesta o en la marcha LGBTIQ+ o en una performance a favor de los derechos de las personas trans o en una discoteca o en el teatro, es distinto.

Como hombre sé que tengo rasgos que pueden chocar con ciertas personas por sus prejuicios, ¿cierto? Desde que sea “negro”, “amanerado”, que use las uñas pintadas, que tenga un pantalón que a nadie le guste… Sé que me miran raro, como protegiéndose de mí. O ni siquiera: simplemente asumiendo que no tengo una formación profesional por como luzco.

Cuando sale vestido con una sudadera no se relacionan con él igual a cuando sale con un traje de corbata o con un pantalón y una camisa “breve”. Y dice que eso que nadie cree que hace, también es una performance. 

Todos pensamos estratégicamente en qué lugares representar a quién y todos pensamos en vernos afín con lo que llaman “normal”. Yo sé que si llego con un crop top a una reunión de trabajo en la Alcaldía va a ser muy diferente a que utilice un crop top para ensayar en el estadio. Entonces se trata precisamente de leer espacios como escenarios para lo que se quiere ser.

La normatividad y homogeneidad estética, como una forma de control social, surge para Myth precisamente en la idea de uniformar —como pasa en los colegios y en trabajos donde estrictamente se impone y hasta se separa directamente desde la binariedad: cómo los hombres deben vestirse y cómo se deben vestir las mujeres—.

Con el vestuario ejercen control sobre un montón de expresiones del género que pueden ir más allá de lo que está establecido. Que se tenga la tranquilidad de que si un hombre o una mujer o una persona trans quiere vestirse de x o y manera, que lo haga, y que tenga el pleno goce de su derecho a la libertad de expresión. Entiendo la cultura y la diversidad como un lugar donde, justamente, es permitida la multiplicidad de formas.

Cuando encontró un estilo con el que se sentía en confianza consigo y con su cuerpo, cuando vivió un proceso de aceptación de sus formas, combinado con la aceptación de lo que es “amorfo”, como dice, según lo establecido: probó la libertad.

En algún tiempo hice ejercicio y luego cedí a la idea de que soy delgado, de que mi contextura es una y no otra impuesta por los cánones y lo que más me sirvió fue entender, con mucha dificultad, mi cuerpo como mi herramienta.

No solo me dio fortaleza para salir a la calle y enfrentar a extraños, también me brindó la posibilidad de afrontar la vida desde la seguridad y gratitud del cuerpo que habito. El hecho de que me “entruque” con el esparadrapo para que “desaparezcan” mis genitales hace parte del proceso y lo disfruto tanto…

Pansexual creativo

Myth defiende la idea de la etiqueta sólo como un campo donde se pueda esclarecer lo que somos o lo que podemos llegar a ser. Desde nuestras bases y nuestras propias experiencias. 

El lenguaje incluyente sirve para que haya representación no binaria y etiquetar todo lo que nos rodea nos ayuda a encontrar cómo relacionarnos con eso que vemos. Pero creo que, por ejemplo, la palabra queer propone vivir sin etiquetas y es contradictorio porque el concepto en sí mismo es una etiqueta. 

Repite que identificarnos como algo preciso es destruir la incógnita de todo lo que se puede y se quiera ser e incluso, dice, se valen las dos cosas al mismo tiempo. 

Yo me defino como un hombre pansexual creativo, pero Myth Drag Queen es una persona agénero que puede compartir los dos géneros como puede ser ninguno. El binarismo tuvo su momento en el que era visible y normalizado pero ahora nos hemos expandido más en conocimiento. Hay algunos que hemos leído más y, precisamente, nos hemos preocupado e interesado por cómo la historia de la diversidad ha sido asesinada y ahí es donde el hecho de mostrarnos, de salir a la calle, se convierte en un acto de resistencia.

Se nombra a sí como activista, también, porque se dio cuenta del alcance que tiene desde lo que ha logrado crear con su cuerpo.

Tengo alcance de poner la cara y alzar la voz por algunas personas que cuando lo hicieron las mataron. Y si quiero poner mi cuerpo, ¿por qué no hacerlo? Sería demasiado egoísta dejar para mí este impacto. 

Cree que ha sido un acto de valentía reconocer la fragilidad en la que estuvo en algún momento que no supo cómo abordar.

Pero que ahora ya entiendo: soy sobreviviente de una violencia sistemática y de contexto y por muchas inseguridades propias que me han atropellado —sumado a que me han golpeado en la calle, que me hayan robado por ser homosexual, que me hayan expulsado de sitios—; no quiero que le pase a nadie. Ahora alzo la voz y lo hago con mucho amor.

Los feminicidios y los ataques reiterados a la comunidad, las agresiones basadas en género o en expresiones identitarias solo por mostrarse como se muestran y expuestos siempre por los altos índices de ataque, es un acto de valentía. 

Es que nunca han atacado a una mujer por ser heterosexual, tampoco a un hombre por serlo. Lo que se ataca es la diferencia y no la regla.

Siempre pone el ejemplo de cómo lxs cantantes graban una canción y se suben a un escenario a cantarla o cómo lxs pintores llevan sus obras a museos y galerías. Pero como artistas drag exponen el cuerpo de pies a cabeza y en espacios que pueden llegar a ser bastante inseguros en medio del ambiente nocturno. Donde les pueden matar solo por hacer lo que hacen. 

Y no se sabe cómo va a responder el conductor del vehículo, ni transeúntes e incluso la misma policía. Nosotrxs somos, dentro de la comunidad de artistas, aquellos cuyos cuerpos no importan en su integridad.

Es una persona convencida de que hay un acto de resistencia bastante intenso en hacer lo que hace cuando eso ha sido un motivo —aceptado socialmente— para merecer la muerte. Dice que parte del impacto en quienes se hicieron virales por bailar vogue en frente del ESMAD, en 2021 en una plaza pública, son una muestra de que el arte y las expresiones performáticas siempre están del otro lado.

Se trata de visibilizar violencia sin necesidad de recurrir a esta. 

Mucha gente la trata directamente de “loca”. Pero cree que cuando logran ver cómo lo que hace conecta con una realidad, cómo una puesta en escena va a hablar directamente de las negritudes y lo hace desde la música, desde los movimientos, desde material de archivo, apoyo visual y sonoro, algo logra. En medio de todo, siempre hay quien sí puede entenderlo…

O también quien no, como la fuerza pública que se ha mostrado confundida con tanta piel, entonces queda manifiesto que no todos tenemos la misma capacidad de inteligencia o de percibir lo que nos rodea y que será así siempre, aunque tengamos muy buena intención. 

Recuerda lo que pasó en el Congreso Colombiano, cuando un grupo de personas estaba tejiendo y prendiendo velas para vibrar, como dice, en buena sintonía con el recinto y la aprobación de una ley de cuidado del ambiente.

Uno de los congresistas “denunció” que estaban haciendo brujería en el tercer piso. Nadie interpreta de una sola forma las cosas que se representan.

Sol Tornasol, la disyóquey del Club Felinas

De pequeña vivió un par de años en San Andrés y Providencia, una isla colombiana y su archipiélago frente a la costa de Nicaragua. Tierras casi siempre invisibles en los croquis colombianos salvo en las vallas publicitarias con destinos turísticos. 

En esa zona de mangles, arrecifes de coral y cuna de una de las primeras rebeliones de esclavos en las islas del Caribe, fue donde cambió la vida de Sol Tornasol para siempre.

Desde que sucedió, a mis siete años, siempre he querido volver a vivir frente al mar. Es algo con lo que sueño. Pensar en estar ahí de nuevo es lo que realmente me podría hacer sentir como en casa. Ir al mar es como volver a la madre.

El calipso y el reggae, dos ritmos de la isla, se convirtieron en una banda sonora que influyó lo suficiente en ella para convertirse en la disyóquey que es hoy y que, lejos de exportar un sonido caribeño, suena más al sincretismo del género del bellaqueo centroamericano y a la música urbana y electrónica del sur continental.

Sol Tornasol es artista visual y sonora y es también cofundadora del disco Infierno Fontibón, hecho en Suba, una de las más extensas localidades de Bogotá y por lo mismo un universo en sí. Donde creció.

Entre semana lleva una vida tranquila. Le gusta cocinar y escuchar música. Pero los días infrecuentes, que son los que más disfruta, produce lo que quiere oír.

Siento que es un momento de meditar, primero y, segundo, de liberar. Siento que necesito producir música para sacar un tipo de energía. Pero así no son la mayoría de mis días, son distintos y tienden a ser más planos.

Se define a sí misma como una persona dispersa. Con el pasar de los años y de repente, dice, aprendió que no era una mala cualidad.  

Para mí o como lo entiendo, ser dispersa quiere decir que siempre he tenido mucha curiosidad por muchas cosas a la vez. Tanto que me es difícil quedarme solamente en alguna. Y creo que eso hace parte de mi proyecto, que abarca varios oficios… O sea, no solamente está la música, también está la moda, el arte, las tendencias y todo es desde lo manual. 

Cuando empezó la universidad no entendía qué era lo que quería. Hasta que en un momento logró tanta dispersión, en sus palabras, que a través de manualidades, por ejemplo, logró explorar aún más cosas y a su manera.

Ahí ha sido donde realmente se ha dado mi despertar creativo. Pero también en la fiesta.

Chulería y bichos raros

Los fines de semana en los que va a tocar como DJ modifican la rutina de la semana. Sol Tornasol adora planear con tiempo qué traje va a usar, cómo se va a maquillar, cuál va a ser su propuesta estética y qué necesita para llevarla a cabo. Y así es como dedica su tiempo en ensayar looks antes de su próxima fiesta.

Ese es el pre. La gente solo cree que es como ir y poner música y ya, pero para cada fiesta hay una selección distinta. Un hombre puede en cambio, y desde hace muchos años, irse con un jean y una camisa de un solo color a tocar, pero nosotras no: cambia totalmente la dinámica y aunque sea así, yo sí disfruto esa puesta en escena.

Para Sol Tornasol el vestuario tiene todo que ver con la comunicación. Es por ejemplo un gesto inconsciente que enseña a los demás cómo nos sentimos. Ella misma tiene un proyecto de moda llamado Chulería, que tiene como propósito hacer lo más transparente posible el origen y la confección del vestuario que ofrece. No perderlo de vista es para ella un acto político, según expresa.

Muy pocas personas deciden no usar ropa. La mayoría lo hacemos. Y lo hacemos reconociendo que tiene una relación con el personaje que cada cual quiere crear. Y donde también ponemos la piel en una medida o no, según lo que esté socialmente asignado o resignificado. Yo sé qué ropa tengo que usar para poder caminar tranquila, sin que nadie me toque ni me diga cosas, entonces también nos ajustamos a lo preestablecido. 

Es cierto que desde hace muchos años, hombres djs visten como sea frente a su consola y es todo lo que pueden ofrecer de un performance. Pero a las mujeres les exigen otra cosa.

Una nena tiene que estar en bikini o en falda o lo más cerca a la “perfección”. Pero tú puedes decidir cómo va a ser esa perfección para ti y cómo hacer de eso otro acto político. El maquillaje me parece increíble y tengo amigxs que trabajan en ello y me encanta lo que hacen: dibujar expresiones en el rostro, crear personajes, exagerar rasgos… Al final todo sigue siendo pintura pero también con esta se logra establecer un mensaje.

La misiva no tiene por qué ser clara, ni identificar a quién va dirigida y no siempre va dirigida al mismo destinatario. Durante el paro nacional, por ejemplo, su colectivo estuvo poniendo música al lado de Las Tupamaras, otro colectivo interdisciplinario dedicado a la práctica, circulación y gestión de la cultura Ballroom y Voguing en Colombia, que bailó frente a la policía entre la movilización social.

Fue impresionante ver a la gente mirándonos como bichos raros a nosotros y no a la policía que estaba armada. Y siento que a la gente no le gusta incomodarse, no le gusta tener que tratar de entender lo que la supera… También me parece algo muy del capitalismo: muchas veces siento que veo todo en serie y, por eso, yo apoyo mucho el proponer cosas distintas. 

Cree que estamos en una época donde todo está tan planeado y tan controlado para que salga como fue pensado que reconoce cómo nos quieren como productos. Es lo que cree que pasa en la fiesta y en la industria musical. También encuentra moldes asignados y pautas de comportamiento que, a estas alturas, no entiende cómo hasta quienes se muestran diferentes las siguen sin cuestionarlo.

Todo gira en torno al consumo, incluso la música que suena. Y los trabajos de la noche exigen poner el cuerpo de otra manera a los trabajos del día. Entonces la resistencia a veces es también mental, es cómo tratar de sobreponerse a todo lo normativo y no solo en los oficios que tenemos, sino de manera permanente con el pensamiento. 

Club Felinas

Fue en la fiesta donde se enamoró de lo que le sucedía dentro de ella.

Recuerdo en mi adolescencia que estaba en otro país en un momento de crisis. Era un límite de muchas cosas, de sentimientos y fui a una fiesta, una noche. Me acuerdo de mí triste, y de bailar, bailar, bailar, bailar y bailar. Muchas horas. Cuando salí en la mañana sabía que todo se había solucionado de alguna manera, pues al menos bailaba. 

Completamente sobria y con mucha energía acumulada en su cuerpo, Sol Tornasol siente que fue entonces cuando halló eso que siempre nos cambia la vida. Una luz de bengala.

Encontré mi espacio. Y eso me cambió. Y cambió mi percepción hacia mí, y creo que me salvó de alguna manera.

Sol Tornasol percibe la fiesta como un espacio de resistencia, pero también como un lugar político donde las conductas y las decisiones influyen. 

Después de una pandemia que le siguió un paro entendí, como generación, no solo qué era lo que debía defender, también qué espacios eran necesarios para el esparcimiento y sobre todo en un país como el nuestro, tan violento, donde la guerra necesita de lo contrario. 

Pero eso no quiere decir que la fiesta sea un escenario libre de atropellos. 

Lastimosamente es un espacio en donde también las personas somos más vulnerables, especialmente las mujeres.

Parte de lo política que puede ser la fiesta tiene que ver, para Sol Tornasol, con poder cuestionar lo que ocurre dentro de antros. Sabe que no todxs tienen acceso y que se reserven el derecho de admisión hace, justamente, que sea de todo menos un foco democrático. 

La fiesta no es para todxs y no es todavía un espacio seguro. Hay identidades y cuerpos diversos que luchan siempre por un lugar sin agresiones.

Hacer presencia femenina en espacios históricamente masculinizados, además, es una fábula distinta con la misma moraleja. 

La escena de la música no puede ser solo para hombres blancos privilegiados, como todo. Y por eso creamos el Club Felinas. Es una respuesta de mi amiga y socia, Viviana, que es productora y con quien nos preguntamos por qué siempre nos contratan hombres, por qué los dueños de los parches siempre son hombres, por qué los bookers son hombres y por qué existe una presencia suya predominante en las fiestas. Pero además una cantidad de hombres blancos, privilegiados…

También se preguntó por el talento en la escena local. Le pareció que a mucha de la gente con poder de producción y convocatoria le estaba haciendo falta investigación y pluralidad y que eso se notaba en cada parche. El Club Felinas supone revertir esa dinámica y con este exponen, apoyan e impulsan proyectos artísticos, autogestionando espacios diversos, seguros y pensados principalmente para las mujeres, las disidencias y la comunidad queer.

Crear es también una revolución porque son un montón de personas de acuerdo que dicen: nos cansamos de que este mundo sea de hombres, de que ellos se lucren de todo, entonces vamos a hacerlo nosotras, a nuestra manera, si nadie más lo hace.

Su propósito es generar canales virtuales de interacción con la comunidad y producir eventos en donde, en sus palabras, la unión y el empoderamiento femenino sean la base para empezar a construir un futuro en el que se desarrolle y crezca la escena artística dentro de la comunidad queer y feminista de Colombia.

Eso no quiere decir que no queramos hombres en la escena, quiere decir que tiene que haber otra reivindicación para la gente que no ha ocupado un lugar seguro. Agrupar y mostrar mujeres en la escena de la música latinoamericana y traer a mujeres del otro lado, para que alimenten lo que hacemos por ejemplo, es muy poderoso.

Sol Tornasol trabaja a su vez con un colectivo llamado Eco, que también se encarga de buscar expresiones musicales al margen que merezcan más atención en la escena. Con este colectivo ha hecho ejercicios de pedagogía en clubes y ella siente que ha sido sobre todo formación para sí misma acompañada de mujeres increíbles y, ahora, a ella le interesa brindar estos talleres a otrxs.

Del colectivo me he apoyado muchísimo y también de mujeres: me siento demasiado afortunada en ese sentido. Y por eso quiero hacer lo mismo con los demás. Enseñar. 

Compartir sin competir

Ella cree que una lucha se compone precisamente de estar cerca de quienes la quieren y quiere: por eso habla de la familia, de lxs amigxs, de las personas que al final apoyan y llenan de significado lo que hace. No concibe una manera de celebrar lo que celebra si no es en caravana.

La movilización social lo demostró. Fue un momento en el que poner el cuerpo necesitaba de otros cuerpos y fue por eso que decidimos unirnos a pesar de que nos estaban matando. Teníamos que salir juntxs, hacer las fiestas juntxs, el desorden juntxs. Era algo que yo nunca había visto antes. Fue una unión linda y necesaria en un momento de crisis. Cuadrar para irnos todxs a bailar en las calles, de manera pacífica, fue un acto demasiado valioso.

Para Sol Tornasol ver cómo la gente se opuso con baile a las balas fue un momento crucial que demostró parte de lo que piensa una generación. No puede creer que con ese gesto se logró incomodar tanto, pero con otro tipo de cosas más violentas, en cambio, haya más tolerancia. 

En enfrentamientos tan violentos como los que hubo en Colombia, donde el saldo de civiles heridos por la fuerza pública asciende el centenar de personas, el baile emplea el arma más sublime: la piel.  

Todo eso, en últimas, demuestra que la piel es la última instancia, pues ya no tenemos nada qué perder. La primera línea: esas fueron las personas más valientes. Sin el baile pero con el cuerpo, nos enseñaron cómo reunir fondos para dar de comer a otrxs, lotes de medicamentos, un montón de cosas…  

El soporte comunitario fue trascendente para Sol Tornasol y ha buscado que los mismos aprendizajes en una época de protesta se traduzcan en las gestiones colectivas desde oficios como la música. 

Creo que lo ha pasado en los últimos años en Colombia nos ha cambiado la vida a todxs. Pero lo cierto es que no es la primera vez que ponemos el cuerpo. En este país hay millones de personas que ponen el cuerpo día a día cuando salen a trabajar en la calle y tienen que enfrentarse, sin estar en caravana, con las injusticias de la fuerza pública. 

La idea de los mártires la cuestiona mucho. Ella no cree que haya mejores víctimas que otras pero se pregunta tanto por las personas que siempre están en resistencia e ignoramos por no ser “tan llamativas” o de las víctimas que no ocupan un lugar en la memoria de nadie.

La mayoría de los muertos nuestros durante el paro, al menos los que conocimos, son hombres. 

Tras la movilización social sonaban en las discotecas de Bogotá, de hecho, las arengas de la calle que reclamaban, entre otras, la responsabilidad de la muerte del joven Dylan Cruz en manos de la policía. 

¡Lo escuché, pero nunca lo puse! Es muy difícil reconocer a las minas, por ejemplo, a quienes abusaron y violaron y hasta condujeron a suicidio. Pero nuestros mártires siempre son hombres, porque a ellos sí les corresponde algo de heróico y a nosotras no. Está más normalizado que nos torturen.

Eso también lo encontró en la escena de la fiesta y en el feminismo encontró herramientas para apelar a la justicia. Tan solo en el perreo ve la reivindicación del deseo femenino pero también innumerables defensas a la mujer en rap feminista u otras narrativas musicales que les otorgan visibilidad dentro de la industria. Son manifiestos sonoros. 

Me ha tocado en este mundo lidiar con la idea de que creen en mi trabajo gracias a mi belleza. “Es que como eres linda —me dicen— por eso te contratan”. Lo que nadie entiende es el montón de presión que cargamos y por eso creo en que nos tenemos que ayudar entre todxs y, mientras no sea así, como mujeres nos apoyamos, exploramos de otras maneras y le restamos a esa presión de tener todo el tiempo que insistir que sabemos hacer lo que hacemos.

Club Felinas surgió también como una alternativa escasa e insólita para compartir sin competir. En donde no tienen que demostrar porque basta con mostrar, algo que ella cree es antipatriarcal. 

Sol Tornasol cree que es común y sistemático enseñar la suficiencia en algo cuando hay demasiada presencia masculina.

Por eso creo que el papel de la mujer en este momento es hacer lo contrario: cada unx tiene lo suyo y no se trata de una rivalidad.

Ahora se mudó a Cali, lo hizo porque de todas sus lecturas de la movilización social en el país, esta ciudad ubicada en el departamento del Valle del Cauca le enseñó que la resistencia podía ser comunitaria. Es decir, más que con gente que ya conoces, con gente que no y de la que puedes seguir aprendiendo. 

Cali fue el epicentro del paro. Y todo lo que sucedió en la ciudad mostró que se pueden seguir haciendo cosas colectivamente. La escena queer de Cali me está gustando así como la pedagogía en la calle. Parte de lo que se hizo colectivamente durante la movilización se quedó: hay mucho activismo y mucha diversidad pero con trabajo comunitario. Eso es difícil encontrarlo en Bogotá.

Para ella, el país sigue siendo su tierra de puerto. Quiere moverse y aprender de lo que está ocurriendo en otras partes, sin tanto nacionalismo.

Más que ciudades y países, mi sueño es pensar en la región. ¿Qué está pasando en Latinoamérica con otras mujeres poderosas?

Laika Tamara y Las Tupamaras

Desde que era pequeño Laika Tamara se ponía la ropa de su mamá. Cuando pasaban por televisión reinados de belleza, él comenzaba a modelar a la par con las señoritas en una habitación. Ese es uno de los recuerdos que más marcó su infancia: travestirse en casa.

Y fue cuando mi familia se dio cuenta que yo era un maricón. Pero ese tema no me va. Siempre recibí de parte suya mucha violencia y rechazo por ser lo que soy. 

Ser marica, en sus palabras, era un video. Un estigma por no ser uno de los pelados del barrio que iban a acabar con todo. Se maquillaba, se peinaba y se ponía lo que le parecía llamativo. 

Normalmente recogía cosas de la calle para recuperarlas y modificarlas a mi gusto.

Sus primeros tacones los encontró en la basura. Su habitación se fue convirtiendo en un gabinete de curiosidades con todo lo que se atravesaba a su paso e intervenía para coleccionar.

Esos tacones eran divinos. Azules. Me los ponía cuando mis papás se iban a trabajar hasta que, una vez, mi mamá me los pilló. Me regañó. Los quería botar. Y yo lo que hice fue ponerlos en el techo, en toda la entrada a la habitación. 

Todo lo que soñaba en ese momento estaba pegado en el techo y se parece mucho a lo que es mi vida ahora.

Cuando salió de su casa, donde creció en un barrio popular de Bogotá, los tacones volvieron a la calle.

Ese techo era un mundo escondido. Al otro lado de la luna. Y arriba, no como el lugar que se otorga a los cuartos de rebujo: en los sótanos o parqueaderos. 


El cuerpo visceral  

Normalmente soy una de las personas que no le pone tanto video a lo que usa. Si quiero salir a comprar el pan entaconada o con el short, está bien. Creo que hasta me gusta generar un impacto y transgredir toda esa norma cula que nos han impuesto. 

Laika Tamara cree que hay generaciones que todavía vienen con una educación de otras que solo aceptaban lo que era permitido en su época, como una muñeca rusa. 

Sabe que vestir como viste, maquillarse como lo hace y lucir a su manera es un acto político muy poderoso por su capacidad de enseñar a quien lo observa. 

No es lo mismo la vestimenta de un médico, de un abogado o un metalero que la de un artista, sin duda. Es un vehículo esencial para la expresión del individuo, de un ser. Hoy hay otro contexto, hay otra cosa, y qué chimba poder educar también con el cuerpo. No solo desde el pasado.

Para él, el cuerpo es: 

Materia moldeable. 

Una masa que se transforma. 

Que por más cadenas que le pongan en la boca siempre está gritando, resistiendo. 

La resistencia en el cuerpo no solo es la fortaleza física sino también fortaleza espiritual. 

El cuerpo visceral. 

El cuerpo como un arma.
No de violencia sino de empatía. 

De generar ruido y conciencia. 

Como la voluntad: alguien con voluntad puede resistir demasiado y sin tener un cuerpo aparentemente tan fuerte.

Siempre ha pensado que no es un testigo de Jehová y que por eso no quiere verse a sí mismo predicando la palabra, a cada rato, porque cree justamente que desde su estética y desde su apariencia lo hace. 

Y eso no me hace más, ni mejor, pero con solo ser desde la libertad estoy educando. ¿En qué? El respeto entre nosotros. 

El tema de las etiquetas siempre le ha molestado. Eso de estar constantemente clasificando a los individuos según su orientación, su código de vestuario, su forma de socializar, de compartir, le molesta. Pero siente que la gente lo hace, no en todos los casos, para lograr identificar más a los demás que a sí mismos.

Ojalá fuera para respetar la posición que cada cual quiere ocupar en el mundo, para expresarse. Pero me raya un poco también porque justamente yo no le tengo que explicar a nadie por qué luzco como luzco u ofrecer una validez de quien yo soy y menos desde cómo me nombra, pero para el resto sí parece muy común y necesario entender lo que hay detrás. ¿Cómo puedo hablarle? 

Dice que ha sido la misma academia la que ha complejizado lo nominal. Que tantas terminologías y definiciones han enredado los procesos de identificación e identidad móviles y dúctiles.

El lenguaje y los conceptos son importantes para entendernos, en últimas, pero no como una forma exclusiva de validar experiencias. Solo tenemos una vida y no debería existir el binarismo en el género porque delimita y muchas veces niega la existencia de muchas formas del ser y del vivir, pero el espectro del género es tan amplio que siempre estamos transitando por ahí para mutar. Siempre estamos en constante tránsito como para aceptar algo estático y limitado como lo es el binarismo y las definiciones. 

Siempre nos quieren enfrascados desde la estética, desde las ideologías, desde la economía.Y siempre nos quieren clasificar. Para él, esa es la estrategia.

A muchos no les gusta que el otro se exprese, entonces perciben todo desde su moral y desde ahí definen lo que creen que es lo correcto o incorrecto. Muchas veces se autocensuran por lo mismo. 

De ahí es donde considera que surgen los ejercicios de resistencia. Pero advierte que eso depende de los colectivos y de lo que se quieran resistir o adónde vaya la consecución de su idea hacia la performatividad, porque sabe que hay corrientes que niegan agendas inclusivas que también saben cómo hacer performances. 

De hecho, el dinero y el poder adquisitivo es una forma de control social que nos obliga a consumir todo el tiempo y, entre más normativo y hegemónico, más fácil de vender y de controlar. Por eso hablamos de una resistencia frente a este sistema, contra la normatividad, para el Estado y para uno mismo. 

Las Tupamaras

Baila. Se levanta. Hace aseo en su casa. Unos días sale a tomar el Transmilenio, el transporte público de Bogotá que se asemeja a una oruga roja, estirada, con patas de llanta. 

A Laika le gusta caminar, parchar los fines de semana. Y bailar. Todo lo que pueda. 

Yo soy una persona super tímida y me cuesta mucho socializar. Tener la palabra en grupos no ha sido mi fuerte, entonces siempre pensé que conversar no iba a ser el único vehículo de expresión, que tenía que encontrar otras maneras, y la que encontré fue desde el cuerpo y, más precisamente, desde el baile.

Desde el baile, como dice, pudo tener un autoconocimiento y también acercarse a los demás. Todo el ruido que sentía en su cabeza cree que logró convertir en música y entenderlo con el baile a través del cuerpo. 

Ese es su manifiesto, pero lxs espectadorxs no son menos importantes que él.

Incluso porque no habría cómo, mediante la escena, transformar o impactar en mentes débiles. Es importante compartirlo. Hacerlo común.

Cree que la danza también entra a veces en un binarismo que cohíbe, limita y coarta la creación de la persona. Algo más interesante es que también esa estructura se ha estado modificando y se ha estado transformando. Los códigos dancísticos no son los mismos cada vez. 

Nada más el hecho de que un hombre utilice falda dentro de un show o que se maquille o que salga trepado o que incluso con su contorsión o movimiento traicione códigos establecidos por la academia para el baile, también es político. Y no solo soy yo. También me gusta enseñar a bailar, y me gusta bailar con otrxs.

En su adolescencia fundó, junto a sus amigos Camilo y Alejandro, House of Tupamaras, un colectivo interdisciplinario dedicado a la práctica, la circulación y la gestión de la cultura Ballroom y Vogueing en Colombia. 

Esa ha sido la escuela mía, para los integrantes del colectivo ha sido un espacio de creación, de formación, un espacio para cuestionarnos sobre muchas problemáticas que vivimos en la cotidianidad. 

En House of Tupamaras tenían un armario comunitario. Era, en realidad, una caneca grande en la que depositaban toda la ropa que sus amigas y tías habían donado para cada uno de sus shows. 

Era ropa para mariquear. Aunque el voguing—baile que emplea contorsiones de las extremidades en las articulaciones— siempre fue el pretexto para investigar y reunirnos para ensayar, lo cierto es que antes de cada ensayo nos dedicamos más de una hora al trepe, tanto así que nos peleábamos entre nosotrxs porque alguien decía: “esos tacones yo ya los había escondido para mí” o “ese vestido yo lo había visto desde que lo trajeron y lo quiero usar”. 

En Colombia treparse significa travestirse. El trepe habla de un glow up y no lo hacen solo los hombres, también las mujeres y personas no binarias. En Tupamaras, luego del vestuario, venía el maquillaje.

Cuando nos sentíamos listas y radiantes, entonces a bailar. Y es que hace seis años, cuando se creó House of Tupamaras, no había ninguna casa vogue en Bogotá. Un par de ballroom nos llamaron la atención y el voguing fue sin duda un vehículo para que todas mariquiáramos full, porque eso era lo que queríamos. Y a partir de eso empezamos a mezclar esos ‘merenguitos’ ochenteros para fusionarlos con los bits vogueros de ese momento…

Y empezar a hacer lo suyo. 

Laika Tamara agradece especialmente todo lo que le ha aportado a sí mismo el colectivo. A través de este ha podido generar un ruido que es más el ritmo de su baile. 

Hemos podido construir un laboratorio donde ha sido posible cuestionar e investigar no solo lo que nos sucede a nivel personal sino también social. 

Siente que la gente no debería cohibirse ni privarse de la libertad de ser. La resistencia para sí la traduce en unión. Fuerza. Porque dice que no hay lucha desde lo individual, sino desde lo colectivo. 

Parte de eso consiste en no olvidar gente que le ha costado muchísimo esa lucha. Poner la piel en un país tan facho es en sí mismo sentar una posición política.